La fascia ha sido ignorada en occidente hasta hace poco. Se conocía su existencia pero se le consideraba un órgano pasivo, un estorbo, y se le trataba como un desecho. Aunque hace ya mas de 500 años que Leonardo da Vinci la dibujaba, ha sido recientemente que las fascias están cobrando una atención creciente en las disciplinas relacionadas con la salud, especialmente en aquellas cuyas técnicas inciden directamente sobre ellas, como pueden ser la osteopatía, ejercicio físico, acupuntura...
Hablando de acupuntura, cabe decir que esta disciplina milenaria basa sus técnicas en incidir sobre las fascias. Vamos, que en oriente conocían su existencia e importancia mucho antes que aquí, en occidente. Pero como siempre ocurre, cuando el mundo occidental pone su atención en algo, piensa que lo ha descubierto él. En fin, seguimos creyendo que hemos descubierto la rueda.
Fascia es el término que se usa en anatomía para designar a una membrana que está formada por numerosas fibras de tejido conectivo, creando de manera continua e ininterrumpida una especie de tela que envuelve los músculos, los órganos y las vísceras. Además forma las cápsulas articulares, los tendones y los ligamentos, conectando entre sí todas las estructuras del organismo generando un sistema único, unificando la parte estructural y funcional del cuerpo, dando continuidad de función a las cavidades torácica, abdominal y pélvica, brindando soporte a las vísceras y formando una estructura de protección y conexión para los sistemas vascular, nervioso (meninges) y linfático (transportando deshechos) a lo largo de todo el cuerpo.
Todas las fascias de nuestro cuerpo constituyen un solo sistema tridimensional, formando una extensa e ininterrumpida red de tejido conjuntivo que mantiene unido al cuerpo. Podemos viajar desde cualquier sitio del cuerpo a cualquier otro sin dejar la fascia. Por tanto todo el cuerpo está conectado y cuando una parte de la fascia queda lesionada pueden resultar afectados tejidos que están muy alejados del original sitio de la herida.
Se estima que representa una quinta parte de nuestro peso corporal y tiene un grosor variable que oscila entre 0,5 y 3 milímetros, dependiendo del lugar que se analice.
A la fascia debemos darle gracias de que no se nos caiga el hígado, que no nos exploten los pulmones ni el corazón y que los intestinos no se nos vayan al fondo de la pelvis. Además es el material que forma las adherencias y le tejido de cicatrización. Así que por todo esto y mucho mas; gracias fascia.
Entre los principales componentes que forman la fascia podemos encontrar: células, ácido hialurónico, agua, fibras y sustancia fundamental. Las tres primeras todos sabemos (o al menos nos suena) lo que son, pero la sustancia fundamentan es la menos conocida, y se trata de un líquido viscoso formado por una disolución de agua y moléculas glucoprotéicas (que retienen el agua) en el que están suspendidas las fibras.
Estas fibras son mayormente de colágeno y elastina, las cuales dan a la fascia sus capacidades mecánicas fundamentales de tensegridad, permitiendo el deslizamiento para evitar la tensión excesiva y el roce entre distintas estructuras, amortiguando presiones y absorbiendo impactos.
Este mismo colágeno es el que forma los tendones para transmitir la fuerza de los músculos y une los huesos a través de los ligamentos, facilitando la transmisión, distribución y modificación de las fuerzas que nuestro cuerpo genera.
En algunas articulaciones la fascia se hace mas gruesa, formando los llamados retináculos fasciales, con la función de mantener en su lugar los tendones, tanto en reposo como en movimiento. De hecho cada vez se impone mas la teoría de que los tendones son una parte de la fascia que llegando al hueso cambia su forma para unirse a este, hasta el punto de ser prácticamente imposible separar el tendón del hueso en algunos lugares, lo que ha llevado a algún investigador a lanzarse a la teoría mas atrevida de decir que el hueso es otra forma de fascia.
Todas estas características permiten transportar la energía de un músculo a otro generando una contracción muscular coordinada, y como resultado se produce el movimiento correcto.
Ahora, cada vez que te muevas acuérdate que lo haces gracias a la fascia...
Está repleta de receptores sensitivos como los mecanorreceptores, que responden a impulsos mecánicos -incluso de muy baja intensidad-, y los nociceptores, los cuales identifican una situación de peligro e informan al sistema nervioso central.
Además el colágeno de la fascia tiene propiedades piezoeléctricas; transmite electricidad. Cualquier tensión en una zona produce información eléctrica y mecánica que se transmite al conjunto del organismo. Esta información sirve para organizar los cambios estructurales; por ejemplo, dónde debe haber más densidad de hueso.
Todos estos receptores están detrás de muchos de los dolores inespecíficos e inexplicables, desencadenados muchas veces por la rigidez de la fascia ante la falta de ejercicio y de hidratación, posturas incorrectas, estrés, envejecimiento o por los malos hábitos de alimentación.
Esta capacidad de comunicación convierte a la fascia en el mayor órgano sensitivo de nuestro cuerpo por delante de la piel. De hecho la fascia reacciona a tus emociones, ya sean negativas o positivas.
Al volverse rígida, la fascia hace presión sobre los receptores, causando la disminución de dopamina; el cerebro interpreta el descenso de este neurotransmisor del sistema nervioso central como una amenaza y se defiende creando un dolor. Al sentir dolor, tendemos a evitar determinados movimientos, pero esta inactividad -una de las principales causas de la rigidez inicial- impide que la fascia retome su fase elástica, convirtiendo la situación en un círculo vicioso.
Otra función importante es la de transporte. Colaborando con el sistema inmunitario, ya que la fascia es el principal tejido defensivo del cuerpo, y por su interior, por la sustancia fundamental (la he mencionado antes, al principio) viajan células defensivas; linfocitos y macrófagos, listas para acudir allá donde se les requiera, por ejemplo cuando hay una herida, manteniendo a raya a las bacterias y virus. Mientras esto ocurre, la fascia formará una capa protectora aislando la zona afectada, evitando de la infección se extienda.
Pero su función de transporte no se limita a las sustancias defensivas, por ella también circulan toxinas, que son llevadas hasta es sistema linfático para ser evacuadas, y los nutrientes provenientes de los vasos sanguíneos que son llevados hasta las células para alimentarlas.
No solo nos protege contra agentes externos, si no que la fascia se especializa para formar las meninges y darnos protección estructural en una de las partes mas delicadas que tenemos; el sistema nervioso central (cerebro, cerebelo y médula espinal).
Además ayudan a mantener la temperatura corporal y son reservorio de agua.
Tipos de fascias
Se suele hacer distinción entre dos tipos de fascias; la superficial y la profunda, aunque en realidad están unidas formando una unidad. Esta unión se produce a través de la apertura superior del tórax, en la pared abdominal y en la pelvis.
Fascia superficial (subcutánea)
Situada bajo la dermis, la fascias superficial se fija a la misma y forma un tejido conjuntivo laxo con grandes cantidades de grasa.
El espesor de la misma es muy variable, en función del sexo, del área corporal analizada y de la complexión del individuo del que se trate.
Sus principales funciones son:
Permitir el movimiento de la piel sobre zonas más profundas del cuerpo.
Actuar como medio de conducción de los nervios y vasos que parten de la piel o llegan a ella.
Servir como reserva de energía en forma de grasa.
Fascia profunda (subserosa)
A diferencia de la fascia superficial, la profunda se organiza mediante un tejido conjuntivo denso de dos capas.
La más externa se inserta en la superficie profunda de una fascia superficial formando un recubrimiento fibroso sobre la mayor parte de las regiones más profundas del cuerpo.
A partir de la misma, se constituyen extensiones hacia el interior que forman tabiques intermusculares compartimentalizando los distintos grupos de músculos con funciones e inervaciones similares o que rodean músculos aislados y grupos de nervios y vasos.
Esta, a su vez se puede dividir en:
Miofascia; la fascia que rodean al músculo, pero también están dentro de él, alrededor de los haces de fibras musculares. Los músculos están contenidos por las fascias, así que la tensión de las envolturas fasciales tiene mucho que ver con la contracción del musculo. De hecho, puede constituir hasta el 30 % de la masa muscular y de ahí el término "miofascia".
Viscerofascia; Las vísceras desempeñan un papel fundamental en la buena alineación del aparato locomotor y los cambios producidos en cualquiera de los órganos o vísceras puede influir de manera drástica en el equilibrio postural acarreando problemas, dolores y molestias, por lo que se puede concluir que el tejido conectivo de las vísceras está involucrado en el mantenimiento de una postura equilibrada. Pensemos que no hay músculos encargados de realizar el movimiento visceral, si no que estos están suplidos por los movimientos fisiológicos del aparato locomotor, estando las superficies de contacto por superficies serosas que permiten el deslizamiento. Y es a través de estas láminas, que un órgano o víscera puede ser continuo a la pared muscular (estómago y diafragma), al esqueleto (pulmones y tórax) o a otro órgano (hígado y riñón). Si la fascia correspondiente no está en buen estado puede afectar al movimiento y al funcionamiento de dicho órgano o víscera.
Meninges; como vimos antes, las meninges es tejido fascial especializado en proteger el sistema nervioso central, y hasta el nervio más pequeño tiene su propia funda fascial.
Osteopatía y fascias
La edad, el sedentarismo o las lesiones hacen que las fibras fasciales se enmarañen como en un ovillo de lana. Pero también se acorten, aglutinen, adhieran, deshidraten y que se lleguen a generar reticulaciones (el exceso de ejercicio también tiene este efecto). Las reticulaciones cierran el espacio que el músculo tiene para moverse y conducen a la pérdida de movilidad. Las fascias en mal estado pueden empezar a aprisionar a los órganos internos también y debilitarlos al impedir el intercambio de fluidos, lo cual afecta al metabolismo.
Así pues, cuando sufrimos una lesión en una parte de nuestro cuerpo también se lesiona la parte de fascia correspondiente y como hemos visto la importancia que tiene para mantener la movilidad, puede traer graves consecuencias para nuestra salud ya que al ser una estructura global puede llegar a generar problemas en partes distales a la zona de la lesión.
Y además la fascia tiene memoria, y deja huellas de todos los traumatismos que se han generado en ella, por lo tanto, debemos hallarlas, detectarlas y posteriormente eliminarlas, o al menos atenuarlas.
Es por esto que su rigidez o engrosamiento, por un uso excesivo o por un traumatismo, puede provocar problemas de salud como rigidez y tirones musculares, lumbago, tortícolis, cervicalgia o dolor crónico de espalda. Es más, podría tener implicaciones en dolencias tan complejas como la fibromialgia e incluso en la expansión de los tumores.
Lo que busca el osteópata al incidir sobre este tejido conectivo es encontrar un equilibrio entre movilidad y estabilidad, entre flexibilidad y fortaleza. Y para ello usará diferentes técnicas osteopáticas que favorecerán el crecimiento de los fibroblastos, las células fasciales responsables de la creación de colágeno, la elastina y moléculas hidrófilas que contribuyen a la hidratación.
Estas técnicas se clasifican en superficiales (para eliminar la restricción de los componentes superficiales y/o restricciones locales) y profundas (para la liberación de los componentes colagenosos).
Estas técnicas buscan relajar el sistema miofascial a través de presiones relativamente suaves, que se mantienen por más de un minuto y medio en puntos de contractura, o de movimientos alargados, de estiramientos. Estos masajes miofasciales provocan el intercambio de agua y nutrientes a lo largo del tejido conectivo, el aumento del calor y, consecuentemente, de la actividad celular, disminuyendo la inflamación y relajando la fascia.
La correcta producción y absorción de colágeno también reduce las adhesiones que restringen el movimiento entre las superficies deslizantes de nuestros músculos y puede hacer que los tendones se vuelvan más gruesos y fuertes.
El tejido fascial responde a los influjos emocionales. El estrés le afecta porque incide en la postura y, por consiguiente, en la flexibilidad de las fascias, y una de las mas afectadas es la zona del vientre.
Muchas de las tensiones que se suelen experimentar en el abdomen pasan desapercibidas, pero las tensiones abdominales inciden en la estructura esquelética y la condicionan:
Se da una tracción descendente que, a través de las cadenas viscerofasciales, se transmite de los órganos intrabdominales al diafragma.
Del diafragma se transmite al pericardio
Del pericardio la tracción llega a las vértebras torácicas y cervicales.
El resultado es una tensión interna que nos hace encorvar la espalda, a adoptar lo que se conoce como una "postura hipercifótica".
En este punto la osteopatía visceral puede ser tu gran aliada para aliviar tensiones y restablecer el equilibrio, y para ello el osteópata debe detectar el núcleo de la tensión y su origen (traumatismo, cicatrices, etc) ya que, una cadena fascial lesionada (como se comentó mas arriba) si no se trata puede generar disfunciones en puntos alejados del origen del problema. Te puedes lesionar el pie y terminar con migrañas, y cuando vayas al médico te dará una pastilla para el dolor de cabeza...
En otras palabras, cada cadena lesional puede seguir un trayecto ascendente o descendente en función del origen de la lesión.
Cadena lesional ascendente; son las más frecuentes y se desarrollan en un trayecto largo, por ejemplo, tras un esguince de tobillo, la tracción de la fascia sobre la cabeza del peroné o parte externa de la rodilla, crea un dolor en esa zona. Pero si sigue ascendiendo, dará lugar a una alteración en la cadera y articulación sacro-iliaca. A través de la fascia toracolumbar, esta disfunción puede llegar hasta el hombro y posteriormente a la columna cervical y al cráneo.
Cadena lesional descendente: una cadena lesional puede iniciarse en la fascia cervical y puede desencadenar una disfunción en los escalenos e incluso seguir hasta el tórax, psoas y abdomen. La prolongación de estos eventos pueden conllevar a la propagación de la cadena lesional hasta incluso el tobillo.
Pero también se requiere de un esfuerzo activo por parte del paciente que resulta imprescindible para que el trabajo del osteópata te ayude a llegar a buen puerto, por esto es imprescindible la reeducación postural en la vida cotidiana (delante del ordenador, en el coche, en el sofá, al caminar, etc.) y realizar ejercicio físico moderado contra resistencia (elásticos, mancuernas... con alguien que te enseñe correctamente) y practicar estiramientos.
Espero que la información os sea útil.